Los distintos mundos de vidas y
modos de ser que encarnan los seres humanos en sus distintas realidades sólo
son transitables en la medida en que se presupone un diálogo consciente
de las condiciones materiales histórico-contextuales y de
las asimetrías en todas su dimensiones (políticas, económicas, culturales,
religiosas, etc.), asumiendo de este modo una perspectiva histórica y una perspectiva pragmática. De lo contrario, solo agudizamos la dominación y sus distintos
modos de reinventarse, tanto en las teorizaciones de índole académico, como en
las luchas sociales concretas.
No debemos pretender, por nobles
que sean nuestras intensiones, hablar por toda la humanidad pasando por alto
sus biografías y procesos históricos, debemos imperativamente proponer una
lucha política y social que contenga en sí misma la participación de todos y
todas en condiciones simétricas y justas, donde cada discurso se levanta con un lenguaje propio y cada solución es propuesta por los afectados.
Y como bien dijo la filósofa
mexicana Diana De Vallescar “en el siglo XXI, el rostro de la nueva fraternidad
y sororidad será intercultural o no será…”