La página en la que debí desembocar mi dolor, como pulsiones y
espasmos, similar a los de una borrachera de yugoslavos en las torpederas, está -por el
contrario- completamente vacía, tanto así que llega a perturbarme lo quejumbroso de este silencio lírico… ¿Será que no hay nada que decir?, sucumbe ante mi razón simbólica la primera pregunta amarga tras el dolor punzante y vacío que suelen dejar los amores
incompletos.