El otro día salí
a beber un clásico borgoña por ahí. Un barucho ubicado en plena Avenida Brasil.
Como de costumbre, me fui caminando desde la casa al destino. Al verme llegar sudada y acelerada, mi acompañante de juerga me preguntó; -¿por
qué caminas tanto?
La pregunta me quedó dando vueltas mientras nos
servían el clásico jarro con vino y frutillas, ideal para un verano sin
cerveza, y, en eso, me puse a reflexionar en torno a mis inagotables caminatas en solitario…
¿habrá algo detrás de ello?, pensé, en tanto mi interlocutor me miraba curioso,
atento…
En ese momento ¡Heureka!, lo descubrí, era mi amor por el trayecto ¿El trayecto?, meditaba, impaciente. Aparecieron tantas otras
preguntas, más profundas, más interpelantes.
¿qué es el
trayecto?
Es inevitable que
ante esa pregunta no se nos venga a la cabeza lo cotidiano. La vida cotidiana como aquello que le da
sentido a nuestros pensamiento, nuestra reflexión.
Aunque la palabra rutina provenga de la palabra ruta, alude a
la descripción de la repetición del tiempo, no del espacio (pensé), así mismo,
el trayecto es la repetición rutinaria
del espacio en relación a los tiempos y situaciones que ocurren todos los días,
dandole, con ello, una imagen concreta a nuestros territorios, nuestras vidas cotidianas,
invisibilizadas por la idea de que lo importante está en las ideas, en los finales y no en el cómo estructuramos nuestros espacios en relación a la distribución del tiempo, es decir, aquello que moldea la arqueología de
lo que somos y la proyección de lo que seremos en el porvenir de nuestros
trayectos.
Luego de eso,
miré a mi acompañante y le respondí; -no sé.