martes, 4 de febrero de 2020

El canino y yo

Salí a trotar como de costumbre, a las 9 de la mañana, con un precario equipo deportivo y una buena lista musical de rap social chileno. Iba en la mitad de la ruta habitual cuando de pronto aparece un perro callejero, de estatura promedio, pelo corto y negro. Sus ojos estaban llenos de melancolía canina, mostraba en su mirada la vida poco amable que había experimentado desde su abandono, o al menos eso percibieron mis ojos sensibles. Se unió a mi rutina con energía, pero le incomodaba mi lentitud, cada vez que me quedaba atrás se detenía para esperarme mirándome de frente. Yo intentaba explicarle que no era bueno detenerse cuando se está haciendo un circuito, no obstante mi compañero de ruta continuaba afirmando sólidamente  que no le importaba el circuito, a mi querido amigo sólo le importaba hacerme compañía.

-¿Por qué quieres hacerme compañía? Le pregunté con algo de ironía e incredulidad

-Porque tienes un rostro amable, razonable y aparentemente sin prejuicios. Respondió el canino mientras intentaba seguir mi ritmo

-¿Cómo puedes saberlo?, ¿acaso puedes entender esas formas de ser que nos pertenecen a nosotros los seres humanos? Pregunté irónicamente mientras tosía. 

-¿A qué imagen humana te refieres querida mía?, ¿esa misma que no te incluye ni en su historia ni en su modelo de pensamiento? 

Es difícil para las mujeres, personas de los países colonizados y del tercer mundo liberarse de tantos mito, impuestos por el poder para mantener el modelo. Nosotros los animales no estamos en condiciones de decidir, nos ata nuestra naturaleza, somos obedientes y pacientes con nuestro finalidad en el cosmos, pero ustedes, ¿qué estás haciendo para la liberación?, no basta con pensarlo y entenderlo, las palabras son el punto de partida, ahora,  ¿qué sigue?  

Advirtió el canino con risa burlesca, mientras con energía estrambótica seguía mi paso y movía su cola típica de quiltros chileno, sin dios ni ley.

(único cuento publicado y con derecho e autor, es emocionante porque lo escribí en el 2015 y ahora tiene tanto sentido que no lo creo)

Algo sobre la revuelta chile 18 oct 2019

Chile, el oasis de la democracia neoliberal ha estallado en una crisis inimaginable. Las personas comunes y corrientes, descontentas del sistema político tradicional han tomado la sartén por el mango y se decidió, espontáneamente, apelar a la autodefensa. 
Cuando algo no funciona, tienes tres opciones, uno, mantener la relación tóxica a ultranza, dos; transformarla a partir de la resistencia, o tres; sobrepasar la situación y colapsar. No siempre la opción ejecutada es la mejor y eso significa que generalmente depende del contexto, en este caso, chile colapsó y digo chile no como idea ontológica o estática que está fuera del marco de la acción o de su historia, cuando digo Chile hablo de un lugar vivido, sufrido y construido al tenor de su historia marcada por el racismo, el clasismo, la misoginia y toda la sangre que, quienes habitamos la otra vereda, hemos derramado en cada situación histórica.

La reflexión y el uso del tiempo

La pregunta por el tiempo es inquietante e interpelante. El tiempo es tan real como ficticio, las preguntas se disparan y las respuestas siempre parecen abarcar solo una parte de su verdad, sin embargo, si aterrizamos la pregunta fundamental, los más asertivo es preguntarse por su uso, ¿qué hacemos con el tiempo?
Es indiscutible que la situación histórica en la que nos hallamos nos exige y plantea la producción como la manera más adecuada de ocupar el tiempo, la sobre exaltación del ser productivo y con ello la realización de nuestras vidas, pero, ¿qué pasa con los otros ámbitos fundamentales del uso de nuestro tiempo?, ¿qué momento le regalamos a la reflexión de los hechos que van armando la estructura de nuestras vidas?
La reflexión es arma letal y eso es muy sabido para quienes disponen del tiempo para pensar, por lo mismo, quienes más oprimidos y negados están, son quienes menos tiempo tienen. No por nada, en la división sexual del trabajo, nosotras (las mujeres) somos quienes más tareas asignadas tenemos en la esfera productiva tanto privada como pública. La imposibilidad de manejar nuestros tiempos cuando se tienen hijos, la presión de la vida cotidiana, la incompatibilidad entre el trabajo y la familia y la carga emocional que todo eso implica, cuestiones que nos subyugan emocionalmente a la pasividad de la ocupación impuesta sobre el uso de nuestros tiempos.

Mujer y Capucha.

Un día más, suena la alarma. Son las 8 am y preparo la conciencia, el cuerpo y las ideas. Entro a la ducha y cierro los ojos, pienso en los acontecimientos sociales que nos envuelven y en la intransigencia que existe, ¿cómo se atreven a detener la historia? La ira incontrolable aparece nuevamente. 
Las 10 am, paso por el negocio de la esquina y le compro un cigarro suelto a mi vecina. Tomo la micro -1 hora de viaje desde Quilicura a cualquier parte-. Me pongo los audífonos y algún tema de Coltrane me distrae. Estoy más nerviosa que habitualmente, siento los ojos inquisidores de la gente, como si me conocieran, como si no me entendieran, como si repudiaran la forma en la que yo quiero hacer justicia, justicia para mi pueblo, mi gente, la señora que me vende sopaipillas fuera de la universidad, a mis pares que se quedaron con las manos vacías, a esos que en vez de perder “un año” han perdido toda su vida, esos que como yo vivimos en la periferia, en ese punto de la ciudad en donde las estadísticas no llegan. 
Las 11 am y está el público reunido, dentro del torrente humano yo parezco -y soy- insignificante. Camino y grito, la gente está efervescente, histriónica. 
12 pm, me detengo en una vereda y observo, creo fantasías, dibujo paisajes hermosos y tomo algunas fotografías. 
2 pm y estoy lista, busco el mejor lugar para sacar mi armas de guerra -la polera ploma- para cubrir mi rostro. Ahora hay muchos como yo y me siento libre, no los conozco, no estamos organizados como fantasean algunos, soy mujer y eso le extraña aún más a la gente, soy débil pero mi espíritu cubre de fuerza y valor mis manos para tomar esa piedra y lanzarla al termino de esta historia injusta y deprimente, para recibir vientos nuevos, donde muchos como yo sentirán vergüenza, no de las piedras, sino que de tu amenaza encubridora y violenta.