Nuestra primera consciencia, es decir, la intuición racional que aparece
día a día y analiza instintivamente los hechos cotidianos, las cosas que
ocurren en los distintos trayectos,
en los distintos mundos de vida, en
el trabajo, camino a casa, en alguna conversación que hacemos en algún bar… esa
razón ya nos dijo, desde muy jóvenes, que el tiempo es relativo. Gran parte de
las culturas precolombinas lo sabían, los griegos separaron y distinguieron
cada tiempo de manera racional, finalmente, el judío-alemán Albert Einstein lo
confirmó con su teoría de la relatividad del tiempo, otorgándole a la realidad esa base caótica que a tantos aterra, explicando,
científicamente, una verdad que, como he tratado de explicar, se da en nuestra
consciencia de manera natural, es más, se necesita sólo existir para saberlo.
Ahora bien, lo que me deja realmente perpleja es la pregunta que surge a
partir de una historia que ocupa cronológicamente una extensión muy por debajo
de los grandes relatos, pero que, sin embargo, dejan la sensación corporal de
haberse situado en un gran ciclo de nuestras vidas, inclusive, dejando
enseñanzas y preguntas de auto-aplicación.
Cuando Nietzsche dice: ¡vive a tiempo!, ¿qué quiere decirnos?, ¿hazlo a
tiempo?, o, ¿hazlo en el momento oportuno?
Si volvemos al inicio y consideramos, entonces, que la relatividad del
tiempo es reconocible a través de nuestra intuición es necesario por ello saber
cuál es la medida justa, entendiendo que tu cuerpo (lugar pleno de intuición)
debe ser la principal razón para interpretar los tiempo y, de ese modo, no
colapsar con la cronología y los tiempos del capitalismo global o los amores de Walt Disney.