He pasado largas horas pensando en la finalidad
que tuvo la vida en juntarnos, pero, a su vez, si pienso que existe efectivamente tácita una finalidad en el “nosotros” estaré asumiendo un esencialismo
que no nos refleja, ni a ti ni a mí. Somos demasiado materialistas para creer
que hay lago más allá que nos maneja y le otorga sentido a nuestras vidas.
Por esto, he decidido creer que esa
explicación latente se encuentra en nosotros mismos, he pensado en este
sentido, que tú y yo deseábamos encontrarnos, es decir, en el fondo de nosotros
mismos, desde nuestras historias y vivencias, anhelábamos encontrar a alguien
que nos levantara, que nos diera fuerzas para seguir en este situación
histórica tan poco amena, superficial y mediática.
Tú, amado amante, le has devuelto la dignidad
al amor entre desconocidos, ese amor tan cuestionado por la gente consciente y
tan utilizado por el mercado y la incultura posmoderna. Tu amor no fue de esos
que besan con cliché y castillos falsos de mentiras
que saben a una verdad fantasiosa y burda, por el contrario, tu amor fue un amor de batallas, de rocas y piedras, por ello, le has devuelto la fortaleza a mi alma y a mis
ganas de amar.
Si puedo agradecer algo de este final, que me
ha costado entender, es que has bajado mi amor a la tierra, lo has devuelto al
mundo y con ello le has dado dirección humana.
Amarte a ti ha sido amar al mundo y sus dicotomías, convergencias y
divergencias. Ha sido amar a las circunstancias y el día a día. Por estas razones, no podría
odiarte, pues de ese modo estaría odiando todo lo demás, todo lo que me
ha dado vida, por todo lo que he puesto mis ganas y energías.
Dejarnos ha sido un acto muy pensado y quizá
exageradamente racional, no obstante y aunque cuestione la sobre valoración del
pensamiento lógico-racional, hay veces en que hacerlo de este modo nos previene de
mutilar y torturar a un agonizante que merece morir con dignidad, y este, a juicio
personal, ha sido el caso.