miércoles, 11 de noviembre de 2015

La última carta.



He pasado largas horas pensando en la finalidad que tuvo la vida en juntarnos, pero, a su vez, si pienso que existe efectivamente tácita una finalidad en el “nosotros” estaré asumiendo un esencialismo que no nos refleja, ni a ti ni a mí. Somos demasiado materialistas para creer que hay lago más allá que nos maneja y le otorga sentido a nuestras vidas.

Por esto, he decidido creer que esa explicación latente se encuentra en nosotros mismos, he pensado en este sentido, que tú y yo deseábamos encontrarnos, es decir, en el fondo de nosotros mismos, desde nuestras historias y vivencias, anhelábamos encontrar a alguien que nos levantara, que nos diera fuerzas para seguir en este situación histórica tan poco amena, superficial y mediática.

Tú, amado amante, le has devuelto la dignidad al amor entre desconocidos, ese amor tan cuestionado por la gente consciente y tan utilizado por el mercado y la incultura posmoderna. Tu amor no fue de esos que besan con cliché y castillos falsos de mentiras que saben a una verdad fantasiosa y burda, por el contrario, tu amor fue un amor de batallas, de rocas y piedras, por ello, le has devuelto la fortaleza a mi alma y a mis ganas de amar.

Si puedo agradecer algo de este final, que me ha costado entender, es que has bajado mi amor a la tierra, lo has devuelto al mundo y con ello le has dado dirección  humana. Amarte a ti ha sido amar al mundo y sus dicotomías, convergencias y divergencias. Ha sido amar a las circunstancias y el día a día. Por estas razones, no podría odiarte, pues de ese modo estaría odiando todo lo demás, todo lo que me ha dado vida, por todo lo que he puesto mis ganas y energías.

Dejarnos ha sido un acto muy pensado y quizá exageradamente racional, no obstante y aunque cuestione la sobre valoración del pensamiento lógico-racional, hay veces en que hacerlo de este modo nos previene de mutilar y torturar a un agonizante que merece morir con dignidad, y este, a juicio personal, ha sido el caso.